Dr. Arturo L. Carrión Pacheco
Dr. Arturo L. Carrión Pacheco

Conferencia leída en la Escuela de Medicina de la Universidad de Puerto Rico
el día 2 de Noviembre de 1960 en el Acto de Conmemoración del
“Bailey K. Ashford Memorial Lecture.”

Me place de nuevo volver a esta amada casa que tiene para mi tantos recuerdos. Y me causa especial satisfacción hacerlo con el propósito de rendir homenaje a un hombre de colosal estatura científica con quien estuve asociado íntimamente en los primeros años de mi larga y afanosa carrera.

La personalidad del Dr. Ashford me hace pensar a veces en un diamante por sus múltiples facetas. Habiendo iniciado su carrera en un tiempo en que la educación médica no contaba todavía con los medios y facilidades que hoy se ofrecen a los enamorados de la investigación, este gran hombre, por su amor al prójimo, por su sana ambición, por su talento, su extraordinario dinamismo y su recia voluntad, logró escalar cumbres de gran altura en el curso de su vida ejemplar.

Era soldado y, como tal, ostentó el rango de coronel. Como soldado llegó a nuestras playas con las fuerzas americanas de invasión allá para el año 1898. Y llegó para quedarse. Y fué aquí donde alcanzaron plenitud sus inquietudes científicas.

Y a más de soldado, era médico, y como médico fijó sus ojos en el jíbaro que habitaba nuestros campos … y lo encontró enfermo. Y comprobó que los parásitos minaban su canal intestinal y entrando en el campo de la parasitología puso su empeño en librarlo de aquel azote; y entrando en el campo de la hematología, puso su empeño en librarlo de su anemia. Y estudió sus deficiencias nutritivas para orientar mejor su tratamiento. Podría decirse que Ashford estrechó contra su corazón al campesino de esta tierra y le extendió su mano generosa y lo ayudó a levantarse de la penuria física en que se encontraba.

Pero Ashford no solamente fué médico de los pobres. También lo fué de las clases más favorecidas de nuestra sociedad. Y fué entre los pacientes de este último grupo donde encontró la enfermedad que acaso fuera el mayor interés de su vida profesional. Me refiero naturalmente al esprú. No es mi propósito, sin embargo, discutir esta faceta de la carrera científica de aquel gran hombre. Hace justamente un año, y en este mismo sitio de honor, nuestro ilustre colega, el Dr. Ramon M. Suarez, discutió en la forma magistral propia de él, “El pasado, el presente y el futuro del ssprú”, y en aquella ocasión aquilato él juiciosamente la obra del Dr. Ashford en este campo de la investigación.

Pero si conviene advertir, que con el estudio del esprú, nuestro héroe vino a iniciarse en una nueva jornada cuando llego a sospechar que la causa de esta enfermedad podría estar relacionada con un hongo del grupo de las levaduras que él llamo “Monilia psilosis” pero que ya antes había sido publicada con variados nombres por otros autores y que hoy se identifica con el binomio candida albicans.

Ashford dedicó muchos años a la observación de esta especie fungosa. La cultivó en el laboratorio, estudio su morfología,  sus funciones bioquímicas, su acción fermentativa sobre los azucares, sus propiedades patógenas y con la mente fija en su sospecha que dicha especie tuviese algo que ver con la etiología del esprú, se adentró también en el campo de la  patología experimental para estudiar la acción nociva del parasito sobre los animales de laboratorio. En los últimos años de su vida el Dr. Ashford llegó a reconocer que su “Monila psilosis” no es precisamente la causa fundamental del esprú, si bien puede influir como elemento secundario en la sintomatología de esa enfermedad.

Pero es el caso, que el estudio de esa especie fungosa despertó en el hombre un interés inusitado por la micología interés que tuvo sus primicias en el antiguo Instituto de Medicina Tropical situado hacia el extremo oeste de la Calle Fortaleza en una vieja y simpática casona, bien conocida entonces como el “Palacio Rojo”. Allí también consagraban sus vidas al estudio de la medicina criolla otros tres héroes de nuestra profesión: Isaac González Martínez, Pedro Gutiérrez Igaravídez y Arturo Torregrosa. Pero aquel Instituto se desenvolvía en medio de grandes limitaciones.

Fué en el año 1926 que se produjo un acontecimiento de trascendencia histórica para la medicina de esta Isla con la inauguración de una nueva Escuela de Medicina Tropical en nuestro primer centro docente, bajo los auspicios de la Universidad de Columbia.

Con recursos más desahogados Y bajo la hábil dirección de un gran amigo de nuestro pueblo, el Dr Robert A. Lambert, esta Escuela despertó gran entusiasmo en el Dr Ashford que ahora pudo organizar su labora orio con más propicio.

Pero he aquí que la inclinación de nuestro amigo hacia la micología medica interpuso serias dificultades en su camino. No es posible adentrarse formalmente en el estudio de los hongos patógenos sin un conocimiento básico ele la micología general, que es una ciencia de extraordinaria amplitud. Basta señalar que el número de especies fungosas conocidas hasta la fecha posiblemente pase de 100,000. Sin embargo, una circunstancia fortuita vino a despejar en parte las dificultades. Por aquellos días un eminente micólogo italiano, el Profesor R. Cíferri, había venido en misión científica a la vecina República Dominicana y, aprovechando la oportunidad, allá se dirigió el Dr. Ashford. Y Ciferri le abrió las puertas de su laboratorio, y gracias a aquella asociación, a la vez amistosa e instructiva, pudieron deescubrir entre ambos varias especies nuevas de hongos saprofíticos que luego fueron publicados en colaboración.

De regreso en Puerto Rico, con mejor orientación, con su firme propósito de siempre, y con el auxilio de buenos tratados sobre la materia, Ashford llegó a adquirir un alto grado de cultura micológica que tuvo sus frutos con la publicación de varios trabajos de carácter crítico. Uno de ellos “The Mycoses” constituye un capítulo importante de la obra “Nelson’s Loose Leaf Medicine”; otro bajo el título de “Significance of Mycology in Tropical Medicine” apareció en el “Archives of Dermatology and Syphilology”; un tercero titulado “The Present Status of Mycology in Medica! Science” se publicó en el “Puedo Rico Journal of Public Health and Tropical Medicine”; y finalmente, otro que se tituló “Esporotricosis” vió la luz en el “Boletín de la Asociación Médica de Puerto Rico.”

En estas publicaciones el autor hubo de discutir el tema de las micosis humanas desde un punto de vista general y académico. En cuanto al estudio práctico de las micosis en sí, las actividades del Dr. Ashford tuvieron que ser forzosamente limitadas. Ya en las postrimerías de una carrera tan intensa, tan variada y tan productiva, el peso de los años por un lado y su estado precario de salud por otro no le permitieron desarrollar a plenitud la exploración de las enfermedades fungosas existentes en Puerto Rico. Esto, no obstante, pudo él colaborar en un trabajo titulado “Fungus Infections of the Skin and its Appendages Occurring in Puerto Rico” que apareció en 1932 y que fué llevado a cabo a propósito de una visita que hiciera a nuestra Isla la Dra. Beatrice M. Kesten de la Universidad de Columbia. Y en este año quedó clausurada la misión científica de nuestro protagonista.

La obra del Dr. Ashford como micólogo tiene un mérito indiscutible. Sus primeros pasos en el estudio de los hongos parásitos se iniciaron en una época en que la bacteriología tenía, por decirlo así, monopolizado, el campo de las enfermedades infecciosas, ignorándose en gran parte la amplitud e importancia de las infecciones fungosas. En estas circunstancias, y desprovisto de la preparación con que hoy se cuenta para el estudio de esas infecciones, este hombre admirable emprende su jornada micológica, luchando contra todo linaje de obstáculos hasta lograr una sabiduría que tuvo trascendencia internacional, que le permitió describir nuevas especies y sobre todo llevar a cabo estudios fundamentales sobre una levadura patógena, la que llamamos Candida albicans, que ocupa hoy un puesto de avanzada en la parasitología humana. Y a mas de esto, el Dr. Ashford hizo un legado de importancia histórica a la Escuela de Medicina Tropical: su laboratorio, el primero en Puerto Rico dedicado al estudio de la micología médica, aquel laboratorio que vino a ser fuente de inspiración y estimulo para los que tuvimos el honor de continuar la obra iniciada por el maestro.

Ashford pasó sus últimos días escribiendo un libro, porque también fue un amante de las letras. El título. “A Soldier in Science”. La publicación de este libro, en 1934, poco antes de su muerte, tuvo, un éxito extraordinario en los Estados Unidos y la Asociación Medica de Puerto Rico celebró un acto para rendirle homenaje a este ilustre miembro de nuestra agrupación por aquel su último triunfo. Y en aquella ocasión se le hizo la presentación de un pergamino, y mis colegas me comisionaron para redactar el mensaje de este pergamino. Y he aquí lo que escribí:

“Soldado y hermano: Viniste del continente y formaste aquí
tu hogar. Tus hijos son puertorriqueños y lo es también tu
corazón.

El sol esplendoroso de tu clara inteligencia brilló sobre nuestras
campiñas y la sangre del jíbaro se torno vigorosa y fecunda.

Con tu inmensa e incansable labor en bien de la humanidad
doliente te has situado en la más alta de las cumbres, y, al
esparcir en ambos mundos la simiente de tu ciencia, pronunciaste
siempre, con patriótico orgullo el nombre de Puerto Rico.

Ahora nos da tu libro A Soldier in Science, hermoso símbolo
de tu vida ejemplar! Tus hermanos en la ciencia lo acogen
con profundo cariño y te ofrendan el mas sentido y fervoroso
homenaje de simpatía y admiración”.

Buhiti, Noviembre 2007, Vol. 12, Num. 1

Dr. Arturo L. Carrión Pacheco (1893 – 1980) – Segundo Conferenciante del Dr. Bailey K. Ashford Memorial Lecture

Arturo L. Carrión Pacheco recibió grandes distinciones a nivel internacional. La historia de este insigne médico y micólogo es fascinante. Siendo niño en 1912, experimentó el terror por las ratas y la peste bubónica. Estudió Medicina en La Habana y se convirtió en el único dermatólogo en Puerto Rico. En 1921, ofreció sus servicios de forma gratuita al reaparecer la peste bubónica. Sus investigaciones sentaron base para establecer normas de salubridad. Trabajó arduamente con los campesinos. En 1935, descubrió una nueva especie de hongo causante de cromoblastomicosis y en 1954, un nuevo hongo fue llamado Cladosporium carrionii por el Dr. Trejos. Ante todo, el Dr. Carrión se distinguió por sus valores éticos y profesionales.