Dr Pedro Morales Otero
Dr. Pedro Morales Otero

Presentado como la conferencia anual en memoria del
doctor Bailey K. Ashford de la Escuela de Medicina de la U.P.R.,
el 1ro de noviembre de 1961.

Vamos a dedicarle estos momentos de recordación – debido al encargo héchome por el Comité que me ha honrado con ello – a un hombre que conocí en mi niñez, cuya trayectoria profesional seguí de cerca sirviéndome de incitativo y con el cual terminé por sentarme en los concilios de la extinta Escuela de Medicina Tropical. Me refiero al Dr. Bailey K. Ashford, Coronel del Cuerpo Médico del Ejército de los Estados Unidos y Catedrático de dicha institución.

Tendría yo siete años de edad y cursaba el primer grado en las escuelas públicas de Utuado, cuando mi padre me llevó a visitar a mi tía Elisa. Esta era la administradora de un hospital que la incipiente Comisión de Anemia, dirigida por el Dr. Bailey K. Ashford, había establecido en una casa de campo propiedad de Don Felipe Casalduc. Al lugar le conocían por “El Cercadillo’’ y se llegaba a él vadeando el Río Viví. A este hospital desprovisto de pretensiones, se acercaban diariamente los enfermos por centenares. Se presentaban en la camilla tradicional de nuestros campos: la hamaca colgando de un trozo de yagrumo. portada por un número de jíbaros que se turnaban para evitar fatigas. El inmueble no tenía cabida para todos y ésta se completaba con una serie de casas de campaña desparramadas por los alrededores. Allí estaban el Dr. Ashford y el Dr. King, quienes, con la ayuda de un laboratorio modesto, los examinaban y los sometían a tratamiento.

El paraje era pintoresco. Lo verde de los pastos que circundaban la casa también pintada de verde, unido a la serie de las de campaña color marrón, repletas de enfermos blancos como el papel e hinchados de pies a cabeza, formaban un contraste interesante. Nunca podré olvidarme de mis múltiples visitas a aquel sitio.

Mientras mi padre cambiaba impresiones con los médicos, yo corría de caseta en caseta observando aquellos cuerpos blancos echados en la camita o ñangotados en la puerta de la caseta. Me atraían mucho los uniformes militares que usaba el Dr. King; mientras que el olor de las medicinas que saturaba el ambiente de la botica me daba náuseas.

Así conocí al Dr. Bailey K. Ashford, aquel peregrino de la ciencia que descubrió la causa de la anemia de nuestros jíbaros y que decidió tratarles, para devolverles Ja salud y quitarles la oprobiosa fama de vagos e indolentes de que gozaba el campesino puertorriqueño en aquellos tiempos. En el año 1904 se inició la campaña de extirpación, comisionando a los doctores Ashford y King para dicho objeto. El Gobierno de Puerto Rico hizo una asignación de cinco mil dólares y se empezó a tratar casos de uncinariasis en Bayamón y en Utuado.

Quede aquí constancia de que esta es la primera vez en el mundo que se establece un tratamiento prolongado en masa, para todo un pueblo enfermo. En vista de los buenos resultados obtenidos, el público clamaba por más tratamiento. Para el ejercicio fiscal 1905-1906, la Legislatura respondió asignando la suma de quince mil dólares para dicho fin. Entonces se afianzó la Comisión de la Anemia e ingresaron en ella los doctores P. Gutiérrez Igaravídez. I. González Martínez y Francisco Seín, quienes vinieron a trabajar junto a Ashford y King.

Pronto, bien pronto, nuestra clase médica captó la importancia de lo que venía ocurriendo y presa de una exaltación, mitad científica y mitad patriótica, se sumó a las filas de la Comisión, la cual llegó a contar con 35 facultativos diseminados por pueblos y campos, amén de los que actuaban motu proprio en el adelantamiento de obra tan meritoria.

Los resultados de esta campaña traspasaron nuestras fronteras y el filántropo americano John D. Rockefeller, en el año 1908. envió a Puerto Rico al Dr. Rose para que hiciese un estudio detallado de ella. De regreso a los Estados Unidos, el dicho doctor ‘Organizó la Comisión Sanitaria Rockefeller para combatir la enfermedad en los estados sureños de la nación. Más tarde dicho organismo se convirtió en la Comisión Internacional de Salud Pública y eventualmente en la Fundación Rockefeller. Creemos firmemente que nuestra gloriosa Comisión de Anemia hizo quizás el trabajo científico de más mérito llevado a cabo en Puerto Rico hasta aquella época, probando hasta la saciedad que la mayoría de los casos de anemia que sufría nuestro jíbaro se debía a infestación por parásitos intestinales. El país la vio recorrer sus pueblos librando de la uncinariasis a verdaderos cadáveres ambulantes para devolverlos a la vida.

Pasaron los años mientras Puerto Rico buscaba una oportunidad para demostrarle al Dr. Ashford su gratitud. Esta se presentó en el 1911 cuando se organizó el Servicio de Sanidad, esto es, el antecesor del Departamento de Salud. El gobernador Colton – acuciado por las autoridades de Washington – buscaba para la jefatura del nuevo organismo, a un médico de talla y de tesón. Los dirigentes de la Unión de Puerto Rico —partido entonces en el poder – propusieron y respaldaron para el puesto al Dr. Ashford, viendo en ello un medio de demostrarle a dicho galeno el agradecimiento y cariño del país: – agradecimiento, por lo que su actuación investigadora había representado para el pueblo y cariño, por su hombría de bien.

El homenaje oficial puertorriqueño no llegó a plasmarse porque la ordenanza prohibía, y todavía prohíbe, que un militar ejerza cargos civiles y conserve sus prerrogativas como tal. Si en aquella ocasión Ashford, quien toda la vida vivió tan enamorado del ejército como de la medicina, hubiese contravenido dichos estatutos, hubiese quedado ipso facto fuera del ejército, al cual le prestó grandes servicios durante la Primera Guerra Mundial. Dejemos sentado de una vez el hecho de que el Departamento de la Guerra de los Estados Unidos discernió al Coronel y Médico Bailey K. Ashford, haciéndole formar parte de la comisión oficial que se encargó de preparar, ordenar y redactar la monumental historia sobre la participación que tomó el Cuerpo Médico Militar en dicha contienda, conocida por “The Medical Department of the United States Army in the World War”. El Coronel Ashford figura como uno de los colaboradores del segundo volumen, titulado “Administration American Expeditionary Forces”, publicado en el año 1927.

Después de esta digresión, permitidme que os retrotraiga a aquella parte del párrafo inicial de esta comunicación en que os señalé que seguí de cerca la trayectoria profesional del homenajeado. Me gradué de médico en el año 1919, regresando al pueblo de Bayamón. Mi padre me recomendó al Dr. Gutiérrez Igaravídez que entonces trabajaba en el antiguo Instituto de Medicina Tropical. Allí, junto a él, colaboraban también el Dr. Ashford, el Dr. González Martínez, el Dr. Torregrosa, el Dr. Santana Náter y los señores José Loubriel, Rafael Figueroa y la Srta. Luz Dalmau.

Allí estuve observando el trabajo de investigación de los colegas, mientras leía en la biblioteca y tenía oportunidad de trabajar en los laboratorios. Para esta época el Dr. Ashford estaba muy interesado en el “Sprue” y su relación a la Monilia psilosis. Con el estudio del “Sprue” el Dr. Ashford inició una nueva faceta de investigación. Al sospechar que dicha enfermedad podía estar relacionada con un hongo, dedicó años enteros a su observación habiéndole despertado un interés inusitado en el estudio de la micología.

A la sazón vino a Santo Domingo el eminente micólogo italiano, Profesor R. Ciferri. en misión científica. Allá se dirigió Ashford y el Profesor Ciferri le abrió las puertas de su laboratorio. En él, Ashford enseñó y aprendió. Juntos descubrieron varias especies nuevas de hongos, sobre las cuales informaron en colaboración al mundo científico. Recuerdo que ya de regreso a Puerto Rico, Ashford quiso hacer algunas fotografías del Blasto dendrum Ciferri para su publicación. Entonces yo era un benjamín en la Escuela de Medicina Tropical y entre otras cosas se me había adiestrado para tomar fotografías. Una noche, mientras tomábamos fotografías del hongo y eran ya cerca de las dos de la madrugada, alguien tocó a la puerta de la caseta de madera que estaba situada en la azotea del edificio principal de la escuela. El Dr. Ashford la abrió. Era su esposa, Doña María, que nos decía en voz alta: “estas no son horas de estar aquí, debían estar durmiendo”. Ashford besó a Doña María y le dijo: “nos hemos distraído haciendo fotografías, no sabíamos que fuese tan tarde”. Inmediatamente se puso el chaquetón y se marchó con ella, quedándome yo para recoger el cuarto que estaba bastante regado.

El Dr. Ashford publicó varios trabajos científicos sobre micología y la importancia de su estudio en relación con las enfermedades tropicales. Parte del valor de ellos estriba en que es uno de los primeros médicos que se dedica a estudiar el vínculo entre las enfermedades tropicales y la micología. habiendo sido el primero en Puerto Rico que le dedicó su pensamiento a dichas investigaciones.

En el año 1929 asistí a la Universidad de Colombia bajo el patrocinio de la Fundación Rockefeller, con el propósito de cursar estudios avanzados en bacteriología e inmunología. A mi regreso se me nombró profesor adjunto de Bacteriología en la Escuela de Medicina Tropical. Mi laboratorio quedaba al lado del de Ashford. Todas las mañanas cambiábamos impresiones. Yo solía consultarle las ideas que se me ocurrían. Cuando él me creía errado, riéndose, extendía la mano derecha y apretándome la nariz me decía: “Pablo, your nose are out of joint”.

Cuando sus contrincantes lo atacaban, se sentaba a escribir usando para tal fin su recetario médico. Después de terminado el artículo me mandaba a buscar. Nos sentábamos en dos taburetes del laboratorio y me leía en alta voz lo que había contestado. Yo, por lo regular, lo encontraba buenísimo y comentaba siempre los detalles más hirientes del artículo. Nos reíamos y comentábamos un rato. Cuando le preguntaba donde lo iba a publicar, se levantaba de su asiento y a carcajadas lo hacía pedazos y lo echaba al canasto de los desperdicios. Así contestaba el Dr. Ashford a sus antagonistas.

En uno de sus días felices descubrió el estado agudo de la uncinariasis. Vinieron a buscarlo del pueblo de Luquillo. Allí con frecuencia, las grandes marejadas llenan las quebradas de arena en el sitio donde éstas desembocan en el mar. Cuatro niños, en vez de bañarse en el mar, resolvieron hacerlo en el charco que formaba una quebrada al quedar su desembocadura obstruida con arena. Los niños cayeron enfermos al otro día de bañarse: fiebre alta y mucha piquiña en todo el cuerpo. El Dr. Ashford hizo un diagnóstico de uncinariasis aguda, después de comprobar la existencia de un gran número de larvas vivas en las aguas estancadas. Al cabo de los años su vieja preocupación le volvió a salir al paso. La siguió con el entusiasmo del principiante cuando da con un hallazgo. Estudió el aspecto clínico del estado agudo de la enfermedad. Mas tarde escribió un artículo para el ‘‘Journal of the American Medical Association” describiendo dicho estado de la uncinariasis, tal y como lo acababa de comprobar. Una de sus grandes ideas era la formación y establecimiento en Puerto Rico de la Universidad Panamericana. Testigos mudos de este propósito son los grandes escudos que consiguió que pusieran en la Escuela de Medicina Tropical con las siglas PAU. Hoy, cuando se habla tanto del establecimiento de una escuela hispanoamericana, acaricio en mis sueños la idea de aquel gran hombre. A pesar de que fue factor decisivo en el establecimiento de la Escuela de Medicina Tropical, pensaba siempre en la posibilidad de tener aquí una Universidad Pan Americana que sirviera de eslabón entre la cultura médica de los países del Norte y los del Sur de Occidente.

Ya por el año 1933, el Dr. Ashford se sentía enfermo. En ocasión de la visita del Dr. F. Hanger, renombrado clínico de la Universidad de Colombia, quien vino con el propósito de dictar algunas conferencias y hacer trabajo de investigación aquí en la Escuela, el Dr. Ashford se hizo examinar, obteniendo así el diagnóstico correcto de su dolencia. El 16 del mes de diciembre de 1933, la Escuela de Medicina Tropical de la Universidad de Puerto Rico, develaba un busto de bronce del ilustre hombre de ciencias. Concurrieron a este acto numerosas representaciones de todas las instituciones científicas, culturales y sociales de Puerto Rico. Abrió el acto el Dr. José Padín, entonces Comisionado de Instrucción. Le siguieron en el uso de la palabra el Hon, Benjamín Horton. Gobernador Interino de Puerto Rico y el Dr. Carlos Chardón, Rector de la Universidad.

Quien siempre procedió bien no sólo durante su vida en Puerto Rico, sino con toda la humanidad, era acreedor de todos los merecimientos que pudieran ofrecérsele; porque Ashford tiene y tendrá un lugar consagrado a su recuerdo en el corazón de las masas puertorriqueñas. El día 26 de marzo del año 1934, siendo el que os habla Presidente de la Asociación Médica de Puerto Rico, arribó a nuestras playas el Quinto Congreso Pan Americano. Venía presidido por el Dr. John O. McReynolds. conocido panamericanista e insigne miembro de la clase médica norteamericana. Dicha visita, a nuestro entender, tuvo un gran significado ya que todos sus miembros abogaban por la fraternización de las ciencias interamericanas, como base para un mejor entendido en la realización del progreso económico-social y espiritual.

El Dr. Bailey K. Ashford, ya enfermo, concurrió a sus sesiones y leyó una notable monografía sobre “Algunas Modalidades del Sprue en Puerto Rico”, trabajo hecho en colaboración con nuestro notable y prestigioso clínico el Dr. Ramón M. Suárez. El 1ro. de agosto de 1934, la Asociación Médica de Puerto Rico celebró una velada en homenaje al Dr. Bailey K. Ashford. La misma tuvo un éxito notable; pues la contemplación y el comentario en torno a la vida del Dr. Ashford era un aliciente al que habría de acudir nuestro público, siempre ansioso de demostrarle cariño y cálido afecto. Nunca pudimos suponer que dicho acto abarcase las enormes proporciones que alcanzó. Lo selecto de la concurrencia, la cordialidad, el entusiasmo, el calor de la emoción y la altura y solemnidad de las palabras que allí se pronunciaron contribuyeron a realzar la ocasión. Hablaron el Honorable Gobernador, General Blanton Winship, el Dr. P. Gutiérrez Igaravídez, el Dr. G. W. Bachman, Director de la Escuela de Medicina Tropical y el Dr. V. Gutiérrez Ortiz. La parte musical estuvo a cargo del virtuoso pianista Jesús María Sanromá y del violinista puertorriqueño, el notable psiquiatra Dr. Luis Manuel Morales. A la terminación, el público, puesto de pié. ovacionó largamente a los organizadores del acto y todos salimos del edificio con la satisfacción de haber cumplido nuestro deber con nuestro insigne compatriota.

Con motivo de dicha velada, el Presidente de la Asociación Médica de Puerto Rico recibió la siguiente carta del Dr. Ashford:

Mi querido Morales Otero: Tenga la bondad de aceptar mi más profundo reconocimiento por la sincera expresión do cariño que me han rendido mis colegas de la Asociación Médica de Puerto Rico, en la velada celebrada en honor mío en ocasión de la publicación de mi libro “A Soldier in Science”. ¿Será usted tan amable, Señor Presidente, que extendiera en mi nombre a todos los miembros de la Asociación mis efusivas gracias por esta inolvidable prueba de camaradería que me han dispensado?

Especialmente reconocido, además, por sus generosas y elocuentes palabras en aquel acto, quedo como siempre de usted afectuosamente.

Su amigo y s. s.,
Bailey K. Ashford

La Asociación Médica de Puerto Rico tomó el acuerdo de dedicarle una edición del “Boletín” al Dr. Bailey K. Ashford. Al comunicarse, el Presidente de la organización con el Hon. General Blanton Winship, Gobenador de Puerto Rico y camarada de armas del Dr. Ashford, recibió de éste la contestación siguiente:

Mi estimado Doctor Morales Otero:

El acuerdo de la Asociación Médica de dedicar una edición de su Boletín oficial al Dr. Bailey K. Ashford, expresa un tributo merecidísimo que se rinde a los brillantes servicios prestados por el Dr. Ashford a la isla y a la humanidad en general. Me complace profundamente tener esta oportunidad de poner de manifiesto mi elevada estimación por el Dr. Ashford, y por la obra que le cupo realizar. Su vida es el historial inmaculado de un intachable militar y de un gran hombre de ciencia que siempre respondió con su esfuerzo fecundo a sus deberes en la profesión médica y en la de las armas. Sus descubrimientos sobre la causa de ciertas enfermedades tropicales y el medio de extirparlas es una contribución y acervo de los conocimientos científicos que representa un nuevo capítulo en el campo de la medicina tropical. El alivio que de este modo ha sido posible conseguir en los sufrimientos humanos y el haberse por el Dr. Ashford, por sus cuidados personales, devuelto la salud a cientos de miles de personas, representa una conquista científica que ha redundado en beneficio de millones de personas a través del mundo.

La obra del Dr. Ashford ha de ser un legado a la familia humana a través de las generaciones venideras y además una fecunda inspiración para aquellos que sigan la estela de sus actividades.

De usted muy atentamente.

Blanton Winship
Gobernador

En la edición del Boletín de la Asociación que comentamos, aparece un facsímile del pergamino que le presentó la clase médica con motivo de la publicación de su autobiografía “A Soldier in Science’’. Esta es una recapitulación brillante de su vida, en la cual puso de manifiesto sus afanes como investigador en el campo médico, su concepto del honor como saldado y el lugar prominente que ocupaban en ella sus deberes como ciudadano.

La vida y los trabajos del Dr. Ashford no pueden clasificarse como los de un especialista en el sentido estricto de este término. Examinándolos al cabo de los años, ellos se nos presentan repletos de ansiedades científicas. Tal parece como que escogía una materia cualquiera como centro de acción; pero a la vez dan la impresión de que estaba siempre presto a apartarse de ella para irse tras la búsqueda de la verdad científica, estuviese donde estuviese. La posesión de ese tipo de agilidad intelectual, tan muy del Dr. Ashford, y su virtud de trabajador infatigable, le permitían volver al punto de partida para proseguir con aquello que aparentemente había olvidado. Esos juegos mentales sólo pueden hacerlos los ricos en cultura. En ésta, en cultura a todo lo largo y ancho del vocablo, máxime en la científica, el Dr. Ashford era un acaudalado. Bailey K. Ashford fue un probo militar dedicado a los estudios científicos. Su labor no incumbe solamente a las masas puertorriqueñas; pues va más lejos, ya que benefició notablemente a toda la humanidad.

“Ama al prójimo como a ti mismo” pareció ser su consigna. Le entregó a nuestra patria las luces de su cerebro y el incansable amor de sus investigaciones; le dió su corazón entero fundando aquí el jardín de sus más caras ilusiones y de sus más íntimos amores: puertorriqueña era su esposa y puertorriqueños son sus hijos.

Así era mi amigo, mi colega y mi mentor, el Dr. Bailey K. Ashford.

Boletín de la Asociación Médica de Puerto Rico, Vol. 53, No. 10, Octubre 1961, pags. 353-360.

Dr. Pablo Morales Otero (1896 – 1971) – Tercer Conferenciante del Dr. Bailey K. Ashford Memorial Lecture

Se destacó en la ciencia, la política y las letras en Puerto Rico. Estudió ede Columbia en Nueva York. en el Mount Vernon College, de Baltimore, Maryland, en la Universidad de Maryland y en la Universidad de Columbia en Nueva York. Se recibió de doctor en medicina en el 1919. Ocupó importantísimas posiciones como médico y como patólogo. En las ciencias su mayor contribución al país fue como Director de la Escuela de Medicina Tropical por numerosos años. En la política tuvo también participación destacada, habiendo sido miembro de la Asamblea Constituyente y luego de la Cámara de Representantes desde el 1953 hasta el 1960.

– El Mundo, 16 de noviembre de 1971.